domingo, 15 de febrero de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y CUATRO

No te creo, no te creo, y se vestía apresuradamente y a medio vestir, salía del baño gritando, los hombres son unos hijos de puta y yo, los amo. Yo soy Clotilde, la que nunca dejará de hacer el amor. Libros, poemas, escritos, frases célebres, no sé dónde iremos a parar con tanta porquería. Clotilde cuando terminaba de hacer el amor se sentía libre.
Quiero besar a una mujer en los labios.
Berta, Berta, mi querida, aquí, el semen de mi amado en mis labios. Bésame. Y subía y bajaba las escaleras, gritándome. Jacinto, quiero que te folles a mi amiga Berta, quiero que tu amigo Alberto me rompa las entrañas y subía y bajaba por las escaleras, hasta que yo, recordaba la actitud de mi padre con mi madre en situaciones parecidas y le daba dos tortazos y ella lloraba un poco y se iba a la cocina a hacer un café.
Subiendo las escaleras le gritaba que la vida de la pareja monogámica es linda y que además del café me hiciera un zumo de naranjas, para entretenerla un rato más en la cocina y darle tiempo a Berta para que me chupara y se arreglara un poco el cabello, porque a mí, me gustaba tirarle de los pelos cuando me chupaba. Berta era angelical. Clotilde divina.
Entre las dos, yo pensaba, a veces, sin decir nada, me harán un hombre o me volverán loco. Y soñaba con mi tío León y en sueños me preguntaba cómo era posible satisfacer a seis mujeres a la vez, cuando, si bien, con una podía, me daba cuenta que no era cosa fácil poder. Clotilde y Berta, eran dos, pero también eran una. Nunca se molestaban. Habían decidido pensar las dos, que la otra era un capricho mío y estaban dispuestas a soportarlo. Y para que yo diera rienda suelta al deseo que ellas me atribuían de tener una relación diferente con cada una. Una trabajaba los lunes y la otra los martes, a una le gustaba la noche y a la otra le gustaba el día. Una escribía, la otra pintaba. Tenían la menstruación en épocas distintas del mes y educaban a sus hijos en momentos diferentes del día, y todo, para que yo cuando me encontrara con alguna de las dos, no tuviera el incordio (según ellas) de encontrarme con la otra. Había días que el mecanismo funcionaba tan perfecto que yo, tomaba dos desayunos, comía dos veces al mediodía, dormía dos veces la siesta, hacía el amor dos veces, y hubo tardes espléndidas que llegué a hacer el amor dos veces con cada una, y después otros dos cafés. Y así pasaban los días y yo cada vez estaba más lejos de transformar a esas dos mujeres en dos mujeres, para que algún día estuvieran entre las seis mujeres de mi deseo. Y ellas cada vez estaban más cerca, para cumplir, a pesar de la vida que llevaban, el deseo de un hombre para cada una, de transformarme a mí, en dos hombres.

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