viernes, 6 de marzo de 2009

INTENTO AUTOBIOGRÁFICO NÚMERO CUARENTA Y SIETE

El sitio donde me encontraba hoy podríamos decir que, si me animara a describirlo, cualquiera de ustedes sería capaz de reconocer en esa descripción una pieza común de una casa construida hace unos cuarenta años. Un recinto redondo de esos que sirven como salón de estar en las casas de familia. Un par de ventanas a un jardín, una chimenea en el centro de la habitación, una pequeña biblioteca por encima de un escritorio lleno de papeles escritos y carpetas llenas de papeles escritos. Una cama de las llamadas matrimoniales de esas que usaban mi papá y mi mamá, dos mesitas de luz de madera con incrustaciones doradas también repletas ambas de libros y papeles escritos. Las puertas, que todavía no sabía dónde daban, eran de vidrio esmerilado. Unas cerámicas representando al hombre y a la mujer en diversas posiciones y las paredes llenas de cuadros y afiches donde se anunciaban recitales de poesía. Concluían el mobiliario una máquina de escribir, dos sillas y un ropero pequeño y viejo.
La situación actual, me dije, si bien precaria, más humana que todas las situaciones anteriores. Seguramente comenzaba hoy, para mí, una nueva vida.
Unos cojines, si bien lindos bastante sucios, un par de zapatos, y alguna ropa interior tirada sobre la silla vacía, mostraban claramente que ahí alguien había vivido hasta hace unos minutos o todavía vivía.
Me quedé tranquilo, había algo en el ambiente que me decía, que eso no era ni el espacio celeste, ni mi cama, ni la cárcel, ni el hospicio, sino una especie de familia normal que vivía en una ciudad, como en tantas ciudades tantas familias.

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